Como tarea del curso Pedagogía del Diseño II
En los años 70 cuando hice mis estudios de arquitectura, el
estudiantado de la universidad pública en Colombia ejercía un activismo político
muy fuerte, por lo que los paros estudiantiles eran muy frecuentes. Algunos de
estos conflictos terminaban inevitablemente en la cancelación del semestre, y
la universidad se cerraba. Sin embargo en la nuestra, la biblioteca permanecía
abierta y fue precisamente allí, en una de mis largas jornadas de lectura para mitigar
la ausencia de clases, que encontré un librito de portada azul, sobre la cual
en letras blancas se leía: El Lissitzky. Leí el texto con alguna dificultad y por los años que
duraron mis estudios, no logré contextualizar la obra de este importante
arquitecto representante del constructivismo ruso, y del entorno ideológico y
cultural en el cual se había realizado su trabajo, ya que nuestros profesores nunca
nos hablaron de ello.
Muy por el contrario, y en consonancia con ese clima contestatario, los profesores desde los programas académicos se esforzaban por establecer líneas de trabajo que incorporaran contenidos sociales en sus cursos. En nuestra escuela este desvarío fue muy acentuado expresándose de diferentes maneras. Los contenidos tradicionales de los cursos teóricos de la carrera se presentaban con sesgos particulares desde las interpretaciones políticas del momento. Por ejemplo, un curso de urbanismo versó todo sobre la relación entre esta disciplina y el socialismo, y los modelos de desarrollo urbano que se estudiaron fueron los de la Rusia soviética y las políticas habitacionales cubanas. Los talleres de proyectos fueron los que más se resintieron. Su objeto de trabajo derivó a un repertorio restringido de temas, normalmente relacionados con la vivienda de interés social y el equipamiento comunitario, en tanto que la conceptualización del proyecto en sus aspectos expresivos fue vista como un enfoque burgués del diseño, siendo más importante su función social y sus condicionantes técnico económicos. Conceptos tales como forma, estética, orden, proporción, etc., prácticamente desaparecieron del repertorio académico. De este modo los estudiantes de mi generación llegamos a la vida profesional con un gran vacío formativo en temas de teoría, historia, composición y la práctica misma del diseño, al menos desde la perspectiva tradicional de la enseñanza de la arquitectura en las universidades de los países del primer mundo.
Muy por el contrario, y en consonancia con ese clima contestatario, los profesores desde los programas académicos se esforzaban por establecer líneas de trabajo que incorporaran contenidos sociales en sus cursos. En nuestra escuela este desvarío fue muy acentuado expresándose de diferentes maneras. Los contenidos tradicionales de los cursos teóricos de la carrera se presentaban con sesgos particulares desde las interpretaciones políticas del momento. Por ejemplo, un curso de urbanismo versó todo sobre la relación entre esta disciplina y el socialismo, y los modelos de desarrollo urbano que se estudiaron fueron los de la Rusia soviética y las políticas habitacionales cubanas. Los talleres de proyectos fueron los que más se resintieron. Su objeto de trabajo derivó a un repertorio restringido de temas, normalmente relacionados con la vivienda de interés social y el equipamiento comunitario, en tanto que la conceptualización del proyecto en sus aspectos expresivos fue vista como un enfoque burgués del diseño, siendo más importante su función social y sus condicionantes técnico económicos. Conceptos tales como forma, estética, orden, proporción, etc., prácticamente desaparecieron del repertorio académico. De este modo los estudiantes de mi generación llegamos a la vida profesional con un gran vacío formativo en temas de teoría, historia, composición y la práctica misma del diseño, al menos desde la perspectiva tradicional de la enseñanza de la arquitectura en las universidades de los países del primer mundo.